EL SOÑADOR Y EL SOÑADO
PRIMERA PARTE
.
Llegué
a casa de don Juan temprano por la mañana. Había pasado la noche en un motel
en el camino, para estar allí antes del mediodía.
Don
Juan estaba en la parte trasera y vino al frente cuando lo llamé. Me dio un
saludo caluroso y la impresión de que se alegraba de verme. Hizo un comentario
que creí destinado a sosegarme, pero que produjo el efecto contrario.
‑Te
oí venir ‑dijo con una sonrisa‑. Y me corrí para atrás de la casa. Tuve miedo
de que si me quedaba aquí fueras a asustarte.
Señaló,
en tono casual, que me hallaba sombrío y pesado. Dijo que le recordaba a
Eligio, quien era lo bastante mórbido para ser un buen brujo, pero demasiado
para hacerse hombre de conocimiento. Añadió que el único modo de contrarrestar
el devastador efecto del mundo de los brujos era reírse de él.
Había
evaluado correctamente mi estado de ánimo. Yo estaba, en verdad, preocupado y
asustado. Salimos a una larga caminata. Mis sentimientos tardaron horas en
aligerarse. Caminar con él me hacía sentir mejor que si hubiera intentado
disipar mis sombras hablando.
Regresamos
a su casa al atardecer. Me moría de hambre. Después de comer nos sentamos bajo
la ramada. El cielo estaba despejado. La luz de la tarde me producía
complacencia. Quise conversar.
‑Llevo
meses de sentirme inquieto -dije-. Hubo algo verdaderamente pavoroso en lo que
usted y don Genaro dijeron e hicieron la última vez que estuve, aquí.
Don
Juan no respondió. Se puso en pie y caminó por la ramada.
‑Tengo
que hablar de esto ‑dije‑. Me obsesiona y no puedo dejar de darle vueltas.
‑¿Tienes
miedo? ‑preguntó.
Yo
no tenía miedo sino desconcierto; me avasallaba lo que había visto y oído. Los
huecos en mi razón eran tan enormes que, de no repararlos, yo debería
prescindir de ella por entero.
Mis
comentarios le dieron risa.
‑Todavía
no tires tu razón ‑dijo‑. Todavía no es hora de hacer eso. Eso sucederá, por
cierto, pero no creo que ahora sea el momento.
‑Entonces,
¿debo tratar de hallar una explicación para lo que ocurrió? ‑pregunté.
‑¡Seguro!
-replicó-. Tienes el deber de apaciguar tu mente. Los guerreros no ganan
victorias golpeándose la cabeza contra los muros. Los guerreros saltan los
muros, no los derriban.
‑¿Cómo
puedo saltar éste? ‑pregunté.
‑En
primer lugar, me parece un error fatal que tomes las cosas tan en serio ‑dijo
al tomar asiento junto a mí‑. Hay tres clases de malos hábitos que usamos una y
otra vez al enfrentarnos con situaciones fuera de lo común en esta vida.
Primero: podemos no hacer caso de lo que está ocurriendo o ha ocurrido, y
sentir como si nunca hubiera pasado. Ése es el camino del santurrón. Segundo:
podemos aceptar todo tal como se presenta y sentir como si supiéramos qué es
lo que está pasando. Ése es el camino de los devotos. Tercero: podemos
obsesionarnos con un suceso porque no podemos descartarlo o porque no podemos
aceptarlo de todo corazón. Ése es el camino del tonto. ¿Tu camino? Hay un
cuarto camino, el correcto, el camino del guerrero. Un guerrero actúa como si
nunca hubiera pasado nada, porque no cree en nada, pero acepta todo tal como se
presenta. Acepta sin aceptar y descarta sin descartar. Nunca siente como si
supiera, ni tampoco siente como si nada hubiera pasado. Actúa como si tuviera
el control, aunque esté temblando de miedo. Actuar en esa forma disipa la
obsesión.
Quedamos
largo rato en silencio. Las palabras de don Juan eran como un bálsamo para mí.
-¿Puedo
hablar de don Genaro y su doble? ‑pregunté.
‑Depende
de lo que quieras decir de él ‑repuso-. ¿Vas a entregarte a la obsesión?
‑Quiero
entregarme a las explicaciones ‑dije‑. Estoy obsesionado porque no me he
atrevido a venir a verlo ni he podido hablar con nadie de mis escrúpulos y mis
dudas.
‑¿No
hablas con tus amigos?
‑Sí,
pero ¿cómo podrían ayudarme?
-Nunca
pensé que necesitaras ayuda. Debes cultivar el sentimiento de que un guerrero
no necesita nada. Dices que necesitas ayuda. ¿Ayuda para qué? Tienes todo lo
necesario para el viaje extravagante que es tu vida. He tratado de enseñarte
que la verdadera experiencia es ser un hombre, y que lo que cuenta es estar
vivo; la vida es la vueltita que ahora estamos tomando. La vida en sí misma es
suficiente y se explica sola, y es completa.
"Un
guerrero entiende eso y vive de acuerdo a eso; por lo tanto, uno puede decir
sin ser presumido, que la experiencia de experiencias es el ser un
guerrero."
Pareció
esperar respuesta. Titubeé un momento. Quería elegir cuidadosamente mis
palabras.
‑Si
un guerrero necesita alivio ‑Prosiguió‑, simplemente elige a cualquiera y le
expresa a esa persona cada detalle de su tumulto. Después de todo, el guerrero
no busca que le entiendan o le ayuden; con hablar simplemente busca aliviar su
presión. Eso es, siempre y cuándo el guerrero sea dado a hablar; si no lo es,
no le dice nada a nadie. Pero tú no vives totalmente como guerrero. No
todavía. Y los obstáculos que te salen al encuentro han de ser verdaderamente
monumentales. Te entiendo perfectamente.
No
se hacia el gracioso. A juzgar por la preocupación en su mirada, parecía ser
alguien que hubiera andado por esos rumbos. Se puso en pie y me dio palmaditas
en la cabeza. Se paseó de un lado a otro a lo largo de la ramada y miró
casualmente hacia el chaparral en torno de la casa. Sus movimientos evocaron
en mí una sensación de inquietud.
Con
el fin de relajarme, empecé a hablar de mi dilema. Sentía que inherentemente era
demasiado tarde para fingirme un espectador inocente. Bajo su guía, me había
entrenado hasta lograr percepciones extrañas, como "parar el diálogo
interno" y controlar los sueños. Ésas eran instancias que no podían falsificarse.
Yo había seguido sus sugerencias, aunque nunca al pie de la letra, y había
logrado parcialmente romper rutinas cotidianas, asumir responsabilidades por
mis actos, borrar la historia personal, y llegado finalmente a un punto que
años antes me producía pánico, era capaz de estar solo sin violentar mi bienestar
físico ni emotivo. Ése era quizá mi triunfo aislado más sorprendente. Desde la
perspectiva de mis anteriores expectaciones y estados de ánimo, hallarme solo y
no "salirme de mis casillas" era un estado inconcebible. Tenía aguda
conciencia de todos los cambios acontecidos en mi vida y en mi visión del mundo,
y también de que en alguna forma era superfluo resentir tan profundamente la
revelación de don Juan y don Genaro acerca del "doble".
‑¿Qué
anda mal conmigo, don Juan? ‑pregunté.
‑Te
entregas a tu vicio ‑respondió, brusco-. Sientes que entregarte a las dudas y
a las tribulaciones es la marca de un hombre sensitivo. Bueno, la verdad del
asunto es que está, muy lejos de ser eso. ¿Por qué fingir, pues? Ya te dije el
otro día: un guerrero se acepta con humildad así como es.
‑De
la manera como usted lo dice, me hace aparecer como si yo me confundiera a
propósito ‑dije.
-Pues
eso es lo que hacemos, nos confundimos a propósito –repuso-. Todos nosotros nos
damos cuenta de lo que hacemos y nuestra razón se convierte, a propósito, en
el monstruo que se imagina ser. Pero ese molde le queda demasiado grande.
Le
expliqué que mi dilema era quizá más complejo que como él lo presentaba. Dije
que mientras él y don Genaro fuesen hombres como yo mismo, su dominio superior
los convertía en modelos para mi propia conducta. Pero si eran en esencia
hombres drásticamente distintos a mí, no me era ya posible concebirlos como
modelos, sino como rarezas que yo no podía aspirar a emular.
-Genaro
es un hombre ‑dijo don Juan en tono confortante‑. Ya no es un hombre como tú,
cierto. Pero ésa es su hazaña, y no debería darte miedo. Si es distinto, mayor
razón para admirarlo.
‑Pero
su diferencia no es una diferencia humana ‑dije.
‑¿Y
qué cosa crees que es? ¿La diferencia entre un hombre y un caballo?
‑No
sé. Pero no es como yo.
‑No
obstante, lo fue una vez.
‑¿Pero
puedo yo entender su cambio?
‑Claro.
Tú mismo estás cambiando.
‑¿Quiere
usted decir que me saldrá un doble?
‑A
nadie le sale un doble. Ése es sólo un modo de hablar de eso. Pese a lo mucho
que hablas, las palabras te enredan. Te quedas atrapado en sus significados.
Y ahora seguramente has de creer que el doble le sale a uno por medios
malignos. Todos nosotros los seres luminosos tenemos un doble. ¡Todos! Un
guerrero aprende a darse cuenta de ello, eso es todo. Hay barreras que parecen
infranqueables, que protegen ese conocimiento. Pero eso es de esperarse; de no
ser por esas barreras, llegar a darse cuenta del doble no sería el desafío único
que es.
‑¿Por
qué le temo yo tanto al doble, don Juan?
‑Porque
estás pensando que el doble es lo que dice la palabra, un doble, otro tú. Yo
escogí esas palabras con el propósito de describirlo. El doble es uno mismo y
no se puede encararlo de otro modo.
‑¿Y
si yo no quiero un doble?
‑El
doble no es asunto de gusto personal. Tampoco es asunto de gusto personal
quien resulta seleccionado para aprender el conocimiento de los brujos que nos
llevan a darnos cuenta del doble. ¿Te has preguntado alguna vez por qué tú en
particular?
‑Todo
el tiempo. Cientos de veces le he hecho esa pregunta, pero usted nunca ha
respondido.
‑No
quise decir que lo hicieras una pregunta que busca respuesta, sino en el
sentido de un guerrero que se asombra en su gran fortuna, la fortuna de haber
hallado un propósito.
Convertirlo
en pregunta común es el recurso de un hombre ordinario y engreído que quiere
que lo admiren o lo compadezcan por lo que hace. Yo no tengo ningún interés en
esa clase de pregunta, porque no hay modo de responderla. La decisión de escogerte
a ti en particular fue un designio del poder; nadie puede penetrar los
designios del poder. Ahora que has sido seleccionado, no hay nada que puedas
hacer para que ese designio no se cumpla.
‑Pero
usted mismo dice, don Juan, que uno siempre puede fracasar.
‑Cierto.
Uno siempre puede fracasar. Pero yo creo que te refieres a otra cosa. Quieres
hallar una salida. Quieres tener la libertad de fracasar y salir corriendo
cuando se te dé la gana. Es demasiado tarde para eso. Un guerrero está en las
manos del poder y su única libertad es elegir una vida impecable. No hay manera
de fingir el triunfo o la derrota. Tu razón podrá querer que fracases por
completo, para así aniquilar la totalidad de tu ser. Pero hay una contramedida
que no te permitirá declarar una falsa victoria o derrota. Si crees que puedes
retirarte al refugio del fracaso, estás loco. Tu cuerpo montará guardia y no te
dejará ir a ninguno de los dos lados.
Empezó
a reír para sí, suavemente.
‑¿Por
qué ríe usted? ‑pregunté.
‑Estás
metido en un pantano espantoso -dijo‑. Es demasiado tarde para retirarte, pero
demasiado pronto para actuar. Lo único que puedes hacer es atestiguar. Estás en
la miserable posición de una criatura que no puede regresar al vientre de la
madre, pero tampoco puede corretear y actuar. Lo único que una criatura puede
hacer es atestiguar, y escuchar los estupendos cuentos de acción que le
cuentan. Tú estás ahora en ese punto preciso. No puedes regresar al vientre de
tu viejo mundo, pero tampoco puedes actuar con poder. Para ti no hay más que
atestiguar actos de poder y escuchar cuentos, cuentos de poder.
"El
doble es uno de esos cuentos. Lo sabes, y por eso cautiva tanto tu razón. Te
estás golpeando la cabeza contra un muro si pretendes entender. Todo lo que
puedo decirte, a manera de explicación, es que el doble, aunque se llega a él soñando, es de lo más real que hay."
‑Según
lo que usted me ha contado, don Juan, el doble puede realizar actos. ¿Puede
entonces. . .?
No
me dejó proseguir mi línea de razonamiento. Me recordó que era inadecuado decir
que él me había contado del doble, cuando podía decir que yo mismo lo había
presenciado.
‑Por
lo visto, el doble puede realizar actos ‑dije.
‑¡Por
lo visto! ‑repuso.
-¿Pero
puede el doble actuar como uno mismo?
‑Es
uno mismo, ¡carajo!
Me
resultaba muy difícil darme a entender. Tenía en mente que, sí un brujo podía
ejecutar dos acciones a la vez su capacidad para la producción utilitaria
necesariamente se duplicaba. Podía trabajar en dos empleos, estar en dos
sitios, ver a dos personas, y así sucesivamente, al mismo tiempo.
Don
Juan escuchó con paciencia.
‑Permítame
poner un ejemplo ‑dije‑. Como pura teoría, ¿puede don Genaro matar a alguien a
cientos de kilómetros de distancia, dejando que su doble lo haga?
Don
Juan me miró. Meneó la cabeza y apartó los ojos.
‑Estás
repleto de cuentos de violencia ‑dijo‑. Genaro no puede matar a nadie,
sencillamente porque ya no tiene ningún interés en sus semejantes. A la hora
en que un guerrero es capaz de conquistar el ver y el soñar y de darse cuenta
de su propia luminosidad, ya no le queda nada de ese interés.
Señalé
que, al principio de mi aprendizaje, él había afirmado que un brujo, con la
guía de su "aliado", podía transportarse a cientos de kilómetros
para descargar un golpe mortal a sus enemigos.
‑Yo
soy el responsable de esa confusión ‑dijo‑. Pero debes recordar que en otra
ocasión te dije que, contigo, yo no estaba siguiendo los pasos que mi propio
maestro me trazó. El era brujo, y propiamente yo debería haberte echado a ese
mundo. No lo hice, porque ya no me conciernen los quehaceres de mis semejantes.
Pero de todos modos, las palabras de mi maestro se me quedaron pegadas. Muchas
veces hablé contigo en la forma en que él mismo hubiera hablado.
"Genaro
es un hombre de conocimiento. El más puro de todos. Sus acciones son
impecables. Está más allá de los hombres comunes, y más allá de los brujos. Su
doble es una expresión de su alegría y su buen humor. Por eso, no puede de
ningún modo usarlo para crear o resolver situaciones ordinarias. Hasta donde yo
sé, el doble es el darse cuenta de nuestro estado como seres luminosos. Puede
hacer cualquier cosa, pero escoge ser gentil y no llamar la atención.
"Mi
error fue extraviarte con palabras prestadas. Mi maestro no era capaz de
producir los efectos que Genaro produce. Para mi maestro, desdichadamente,
ciertas cosas eran, como son para ti, sólo cuentos de poder.”
Me
vi compelido a defender mi premisa. Dije que hablaba en un sentido de
posibilidades hipotéticas.
‑No
hay tal sentido cuando hablas del mundo de los hombres de conocimiento ‑dijo‑.
Un hombre de conocimiento no puede de ninguna manera actuar hacia sus
semejantes en términos perjudiciales, hipotéticamente o no.
‑Pero
¿y si sus semejantes traman algo contra su seguridad y su bienestar? ¿Puede
entonces usar su doble para protegerse?
Chasqueó
la lengua con reprobación.
‑Qué
violencia increíble en tus pensamientos ‑dijo‑. Nadie puede tramar nada contra
la seguridad y el bienestar de un hombre de conocimiento. Él ve,
de modo que tomaría medidas para evitar cualquier cosa por el estilo.
Genaro, por ejemplo, corre un riesgo calculado al juntarse contigo. Pero no hay
nada que podrías hacer tú para poner en peligro su seguridad. Si algo hubiera, su ver se lo haría saber. Ahora bien, si hay en ti algo que sea desde
el fondo perjudicial para él, y su ver no
lo alcanza, entonces es su destino, y ni Genaro ni nadie puede evitar eso.
Conque, ya ves, un hombre de conocimiento tiene el control sin controlar nada.
Guardamos
silencio. El sol estaba a punto de alcanzar la copa de las densas matas altas
al lado oeste de la casa. Quedaban unas dos horas de luz diurna.
‑¿Por
qué no llamas a Genaro? ‑dijo don Juan en tono casual.
Mi
cuerpo dio un salto. Mi reacción inicial fue abandonar todo y correr a mi
coche. Don Juan estalló en una carcajada. Le dije que yo no tenía nada que
probarme a mí mismo, y que me hallaba perfectamente satisfecho hablando con
él. Don Juan no podía parar de reír. Finalmente dijo que era una vergüenza que
Genaro no estuviera allí para disfrutar la escena.
‑Mira,
si a ti no te interesa llamar a Genaro, a mí sí ‑dijo en tono resuelto‑. Me
gusta su compañía.
Había
un terrible amargor en mi paladar. El sudor goteaba de mis cejas y mi labio
superior. Quise decir algo pero en realidad no había qué decir.
Don
Juan me escudriñó con una larga mirada.
‑Ándale
-dijo-. Un guerrero siempre está listo. Ser guerrero no es el simple asunto de
nomás querer serlo. Es más bien una lucha interminable que seguirá hasta el último
instante de nuestras vidas. Nadie nace guerrero, exactamente igual que nadie
nace siendo un ser razonable. Nosotros nos hacemos lo uno o lo otro.
"Siéntate
bien. No quiero que Genaro te vea temblando."
Se
puso en pie y recorrió de un lado a otro el piso limpio de la ramada. No pude
permanecer impasible. Mi nerviosismo era tan intenso que, incapaz de escribir
una línea más, me levanté de un salto.
Don
Juan me hizo trotar marcando el paso, cara al oeste. Me había puesto a realizar
los mismos movimientos en varias ocasiones anteriores. La idea era sacar
"poder" del crepúsculo inminente alzando los brazos al cielo con los
dedos extendidos en abanico, y cerrando los puños con fuerza cuando los brazos
estuvieran en el punto medio entre horizonte y cenit.
El
ejercicio surtió efecto y, casi de inmediato, me llené de calma y sosiego. No
pude, sin embargo, dejar de pensar qué habría ocurrido con el antiguo
"yo" que nunca se habría relajado tan completamente ejecutando esos
movimientos sencillos e idiotas.
Quería
enfocar toda mi atención en el procedimiento que don Juan seguiría para llamar
a don Genaro. Anticipaba actos portentosos. Don Juan se paró en el borde de la
ramada, mirando al sureste, formó una bocina con las manos, y gritó:
‑¡Genaro!
¡Ven aquí!
Carlos Castaneda ~ Relatos de Poder