LA ISLA DEL TONAL
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‑Me
he puesto mi traje ‑dijo de repente‑ para hablarte de algo, algo que ya conoces
pero que necesita aclararse si va a ser efectivo. He esperado hasta ahora,
porque Genaro siente que no sólo debes estar dispuesto a emprender el camino
del conocimiento, sino que tus esfuerzos, por sí mismos, deben ser lo bastante
impecables para hacerte digno de tal conocimiento. Te has portado muy bien.
Ahora te diré cuál es la explicación de los brujos.
Hizo
una nueva pausa, se frotó las mejillas y jugó con su lengua dentro de la boca,
como si se palpara los dientes.
‑Voy
a hablarte del tonal y del nagual ‑dijo, y me dirigió una mirada penetrante.
Ésta
era la primera vez que usaba esos dos términos en mi presencia. Yo tenía una
vaga familiaridad con ellos, gracias a la literatura antropológica sobre las
culturas de México central. Sabia que el "tonal" era, según la
creencia, una especie de espíritu guardián, generalmente un animal, que el
niño obtenía al nacer y con el cual tenía lazos íntimos por el resto de su
vida. "Nagual" era el nombre dado al animal en que los brujos,
supuestamente, podían transformarse, o al brujo que efectuaba tal
transformación.
‑Éste
es mi tonal ‑dijo don Juan, frotándose las manos en el pecho.
‑¿Su
traje?
-No.
Mi persona.
Se
golpeó el pecho y los muslos y los flancos del costillar.
-Mi
tonal es todo esto.
Explicó
que cada ser humano tenía dos facetas, dos entidades distintas, dos
contrapartes que entraban en funciones en el instante del nacimiento; una se
llamaba "tonal" y la otra "nagual".
Le
dije lo que los antropólogos sabían acerca de ambos conceptos. Me dejó hablar
sin interrumpirme.
-Bueno,
lo que fuera que sepas del tonal y el nagual es pura tontería ‑dijo‑. Yo me
baso para decir esto en el hecho de que habría sido imposible que alguien te
hablara antes de lo que yo te estoy diciendo acerca del tonal y del nagual.
Cualquier idiota se podría dar cuenta de que no sabes nada, porque para conocer
al tonal y al nagual tendrías que ser brujo y no lo eres. O habrías tenido que
hablar de ellos con un brujo, y no lo has hecho. Conque olvídate o tira de lado
todo cuanto has oído antes, porque nada de eso se puede aplicar.
‑Era
sólo un comentario ‑dije.
Alzó
las cejas en un gesto cómico.
‑Tus
comentarios no tienen cabida hoy ‑dijo-. Esta vez necesito tu atención
completa, puesto que te voy a presentar al tonal y al nagual. Los brujos tienen
un interés único y especial en ese conocimiento. Yo diría que el tonal y el
nagual están en el reino exclusivo de los hombres de conocimiento. En tu caso,
ésta es la tapa que cierra todo cuanto te he enseñado. De allí que he esperado
hasta ahora para hablarte de esto.
"El
tonal no es el animal que custodia a una persona. Yo más bien diría que es un guardián
que puede representarse como animal. Pero eso no es lo importante."
Sonrió
y me guiñó un ojo.
Ahora
estoy usando tus palabras dijo‑. El tonal es la persona social.
Rió,
supongo que al ver mi desconcierto.
‑El
tonal es, y con derecho, un protector, un guardián: un guardián que la mayoría
de las veces se transforma en guardia.
Jugueteé
con mi cuaderno. Trataba de prestar atención a lo que don Juan decía. Él rió y
remedó mis movimientos nerviosos.
‑El
tonal es el organizador del mundo ‑prosiguió‑. Quizá la mejor forma de
describir su obra monumental, es decir que en sus hombros descansa la tarea de
poner en orden el caos del mundo. No es un absurdo sostener, como lo hacen los
brujos, que todo cuanto sabemos y hacemos como hombres, es obra del tonal.
"En
este momento, por ejemplo, lo que se ocupa de dar sentido a nuestra
conversación es tu tonal; sin él sólo habría sonidos raros y muecas y no
comprenderías nada de lo que te digo.
"Yo
diría, pues, que el tonal es un guardián que protege algo muy, pero muy
valioso: nuestro mismo ser. Por lo tanto, una cualidad nata del tonal es la de
ser astuto, y celoso con su obra. Y como lo que hace es efectivamente la parte
más importante de nuestras vidas, no es del nada extraño que al fin y al cabo
se convierta, en cada uno de nosotros, de guardián en guardia."
Se
detuvo y me preguntó si comprendía. Maquinalmente asentí con la cabeza, y él
sonrió con aire de incredulidad.
‑Un
guardián es magnánimo y comprensivo ‑explicó-. Un guardia, en cambio, es un
vigilante intolerante y, por lo siempre, un déspota. Yo diría que en todos
nosotros el tonal se ha hecho un guardia insoportable y déspota, cuando debería
ser un guardián magnánimo.
Yo
definitivamente no seguía el hilo de su explicación. Oía y escribía cada palabra,
y sin embargo parecía hallarme atorado en algún diálogo interno por mi propia
cuenta.
‑Me
resulta muy difícil captar su idea ‑dije.
‑Si
no te enredaras en hablar contigo mismo, no tendrías líos ‑dijo él en tono
cortante.
Su
observación me lanzó a un largo parlamento explicativo. Finalmente recapacité,
y ofrecí disculpas por mi insistencia en defenderme.
Sonrió
e hizo un gesto que parecía indicar que mi actitud no lo había molestado en
realidad.
‑El
tonal es completamente todo lo que somos ‑prosiguió‑. ¡Nombra cualquier cosa!
El tonal es todo eso para lo cual tenemos palabras. Y como el tonal está hecho
de sus propios hechos, todas las cosas, por lo visto, tienen que caer bajo su
dominio.
Le
recordé su definición del tonal como la persona social, un término que yo mismo
había usado ante él para significar un ser humano como producto final de los
procesos de socialización. Señalé que, si el tonal era ese producto, no podía
serlo todo, como él decía, porque el mundo en torno nuestro no era el producto
de la socialización.
Don
Juan me recordó, a su vez, que mi argumento no tenía base para él, y que, mucho
tiempo antes, ya él me había explicado el tema de que el mundo no existe de por
sí, y que aquello que atestiguamos es sólo una descripción del mundo, la cual
aprendemos a visualizar y a dar por sentada.
‑El tonal es todo cuanto conocemos -dijo‑. Yo creo que esto, por sí
solo, es razón suficiente para que el tonal sea un asunto tan imponente.
Calló
por un momento. Parecía, a las claras, esperar comentarios o preguntas, pero yo
no tenía ninguna. Sin embargo, me sentía obligado a pronunciar una pregunta, y
luché por formular alguna que fuese apropiada. Fracasé. Sentí que las
admoniciones con que él inició nuestra conversación habían servido, tal vez,
como antídoto contra cualquier inquisición por parte mía. Experimentaba una
curiosa insensibilidad. No podía concentrarme ni ordenar mis ideas. De hecho,
me sentía y me sabía, sin el menor lugar a dudas, incapaz de pensar, y de esto
mismo tomaba conocimiento sin ayuda del raciocinio, si tal cosa era posible.
Miré
a don Juan. Tenía los ojos fijos en la parte media de mi cuerpo. Alzó la mirada
y mi claridad mental retornó en el acto.
‑El
tonal es todo cuanto conocemos ‑repitió lentamente‑. Y eso no sólo nos incluye
a nosotros, como personas, sino a todo lo que hay en nuestro mundo. Puede
decirse que el tonal es todo cuanto salta a la vista.
"Lo
empezamos a cuidar desde el momento de nacer. En el momento en que tomamos la
primera bocanada de aire, también ese mismo aire es poder para el tonal. Así
que, es muy apropiado decir que el tonal de un ser humano está ligado
íntimamente a su nacimiento.
"Debes
recordar este punto. Es de gran importancia para entender todo esto. El tonal
empieza en el nacimiento y acaba en la muerte."
Quise
recapitular todas las ideas expresadas. Llegué incluso a abrir la boca para
pedirle repetir los puntos clave de nuestra conversación, pero, para mi
asombro, no pude vocalizar mis palabras. Sufría una incapacidad en extremo
curiosa; mis palabras pesaban y yo no tenía ningún control sobre esa sensación.
Miré
a don Juan para indicarle que no podía hablar. Él tenía nuevamente la vista
clavada en el área alrededor de mi estómago.
Alzó
los ojos y preguntó cómo me sentía. Las palabras fluyeron de mi boca como si
algo me hubiera destapado. Le dije que había tenido la peculiar sensación de
no poder hablar ni pensar, pese a que mis ideas eran claras como el cristal.
‑¿Tus
ideas eran claras como el cristal? ‑preguntó.
Me
di cuenta entonces de que la claridad no había correspondido a mis ideas, sino
a mi percepción del mundo.
‑¿Me
está usted haciendo algo, don Juan? ‑pregunté.
‑Estoy
tratando de convencerte de que tus comentarios no son necesarios ‑dijo, y rió.
‑¿O
sea, que usted no quiere que yo haga preguntas?
‑No,
no. Pregunta lo que quieras, pero no dejes que tu atención vacile.
Hube
de admitir que la inmensidad del tema me había distraído.
‑Todavía
no puedo entender, don Juan, lo que quiso usted decir con la frase de que el
tonal es todo ‑dije tras una pausa momentánea,
‑El
tonal es lo que construye el mundo.
‑¿Es
el tonal el creador del mundo?
Don
Juan se rascó las sienes.
‑El
tonal construye el mundo sólo en un sentido figurado. No puede crear ni cambiar
nada, y sin embargo construye el mundo porque su función es juzgar, y evaluar,
y atestiguar. Digo que el tonal construye el mundo porque atestigua y evalúa
al mundo de acuerdo con las reglas del tonal. En una manera extrañísima, el
tonal es un creador que no crea nada. O sea que, el tonal inventa las reglas
por medio de las cuales capta el mundo. Así que, en un sentido figurado, el
tonal construye el mundo.
Tarareó
una melodía popular, golpeando con los dedos un lado de su silla, para llevar
el ritmo. Sus ojos brillaban; parecían centellear. Chasqueó la lengua,
meneando la cabeza.
‑No
entiendes ni jota ‑dijo con una sonrisa.
‑Sí
le entiendo. No hay problema ‑dije, pero no sonó muy convincente.
‑El
tonal es una isla ‑explicó‑. La mejor manera de describirlo es decir que el
tonal es esto.
Pasó
la mano sobre la superficie de la mesa.
‑Podemos
decir que el tonal es como la superficie de esta mesa. Una isla. Y en la isla
tenemos todo. Esta isla es, de hecho, el mundo.
"Hay
un tonal que es personalmente para cada uno de nosotros, y hay otro que es colectivo
para todos nosotros en cualquier momento dado, al cual llamamos el tonal de
los tiempos."
Señaló
las hileras de mesas en el restaurante.
‑¡Mira!
Cada mesa tiene la misma configuración. Hay ciertos objetos presentes en todas.
Sin embargo, son individualmente distintas entre sí: algunas mesas están más
llenas que otras; tienen diferente comida, diferentes platos, diferente
atmósfera, pero tenemos que admitir que todas las mesas en este restaurante son
muy semejantes. Lo mismo pasa con el tonal. Podemos decir que el tonal de los
tiempos es lo que nos hace semejantes, en la misma forma en que hace semejantes
todas las mesas en este restaurante. No obstante, cada mesa por separado es un
caso individual, lo mismo que el tono personal de cada uno de nosotros. Pero
el factor importante que hay que tener en cuenta, es que todo cuanto conocemos
de nosotros mismos y dé nuestro mundo está en la isla del tonal. ¿Ves lo que
quiero decir?
-Si
el tonal es todo cuanto conocemos de nosotros mismos y de nuestro mundo, ¿qué
es entonces el nagual?
‑El
nagual es la parte de nosotros mismos con la cual nunca tratamos.
‑¿Cómo
dijo usted?
‑El
nagual es la parte de nosotros para la cual no hay descripción: ni palabras, ni
nombres, ni sensaciones, ni conocimiento.
‑Ésa
es una contradicción, don Juan. En mi opinión, si no puede sentirse ni
describirse ni nombrarse, no puede existir.
‑Es
una contradicción nada más en tu opinión. Ya te lo advertí: no te rompas la
crisma tratando de entender esto.
‑¿Diría
usted que el nagual es la mente?
‑No.
La mente es un objeto encima de la mesa. La mente es parte del tonal. Digamos
que la mente es la salsa picante.
Tomó
una botella de salsa y la puso frente a mí.
‑¿Es
el nagual el alma?
‑No.
El alma también está en la mesa. Digamos que el alma es el cenicero.
‑¿Es
el nagual los pensamientos?
‑No.
Los pensamientos también están en la mesa. Los pensamientos son como los
cubiertos.
Cogió
un tenedor y lo puso junto a la salsa y el cenicero.
‑¿Es
un estado de gracia? ¿El cielo?
‑Tampoco
es eso. Eso, sea lo que fuera, también es parte del tonal. Es, digamos, la
servilleta.
Seguí
proponiendo formas de describir aquello a lo que él aludía: intelecto puro,
psique, energía, fuerza vital, inmortalidad, principio vital. Por cada cosa
que yo nombraba, él hallaba en la mesa un objeto que servía de contraparte y lo
ponía frente a mí, hasta que todo cuanto había en la mesa quedó apilado en un
montón.
Don
Juan parecía disfrutar enormidades. Soltaba risitas y se frotaba las manos cada
vez que yo nombraba otra posibilidad.
‑¿Es
el nagual el Ser Supremo, el Omnipotente, Dios? ‑pregunté.
‑No.
Dios también está en la mesa. Digamos que Dios es el mantel.
Hizo,
en broma, el gesto de jalar el mantel para amontonarlo con los otros objetos
que había puesto frente a mí.
-Pero,
¿dice usted que Dios no existe?
‑No.
No dije eso. Sólo dije que el nagual no era Dios, porque Dios es un objeto de
nuestro tonal personal y del tonal de los tiempos. El tonal es, como ya dije,
todo lo que creemos que es parte del mundo, incluyendo a Dios, por supuesto.
Dios no tiene otra importancia que la de ser parte del tonal de nuestro tiempo.
‑Según
yo lo entiendo, don Juan, Dios es todo ¿No estamos hablando de lo mismo?
‑No.
Dios es solamente todo aquello en lo que puedes pensar; por eso, propiamente
hablando, Dios no es sino otro objeto en la isla. Dios no puede ser visto
cuando uno quiere; sólo podemos hablar de Él. En cambio, el nagual está al
servicio del guerrero. Puede ser visto, pero no se puede hablar de él.
-Si
el nagual no es ninguna de las cosas que he mencionado ‑dije‑, quizá pueda
usted decirme el sitio donde se encuentra. ¿Dónde está?
Don
Juan hizo un amplio ademán y señaló el área más allá de los confines de la
mesa. Movió la mano como si, con el dorso, limpiara una superficie imaginaria
que rebasara los bordes de la mesa.
‑El
nagual está allí ‑dijo‑. Allí, alrededor de la isla. El nagual está, allí,
donde el poder se cierne.
"Desde
el momento de nacer sentimos que hay dos partes en nosotros. A la hora de
nacer, y luego por algún tiempo después, uno es todo nagual. En ese entonces,
nosotros sentimos que para funcionar necesitamos una contraparte a lo que
tenemos. Nos falta el tonal y eso nos da, desde el principio, el sentimiento
de no estar completos. A esas alturas el tonal empieza a desarrollarse y llega
a tener una importancia tan absoluta para nuestro funcionamiento que opaca el
brillo del nagual, lo avasalla; y así nos volvemos todo tonal. Desde el momento
en que uno se vuelve todo tonal, no hacemos otra cosa sino aumentar esa vieja
sensación de estar incompletos; esa sensación que nos acompaña desde el
momento de nacer y que nos dice constantemente que hay otra parte de nosotros
que nos haría íntegros.
"A
partir del momento en que somos todo tonal, empezamos a hacer pares. Sentimos
nuestros dos lados, pero siempre los representamos con objetos del tonal.
Decimos que nuestras dos partes son el alma y el cuerpo. O la mente y la
materia. O el bien y el mal. Dios y Satanás. Nunca nos damos cuenta, sin
embargo, de que sólo estamos haciendo parejas con las cosas de la isla, algo
muy semejante a hacer parejas con café y té, o pan y tortillas, o chile y
mostaza. Somos de verdad animales raros. Nos creemos tanto y, en nuestra
locura, creemos tener perfecto sentido."
Don
Juan se puso en pie y me apostrofó como un orador. Me señaló con el índice e
hizo temblar su cabeza.
‑El
hombre no se mueve entre el bien y el mal ‑dijo en un tono hilarantemente
retórico, tomando el salero y el pimentero en ambas manos‑. Su verdadero
movimiento es entre lo negativo y lo positivo
Dejó
la sal y la pimienta y cogió un tenedor y un cuchillo.
‑¡Lo
dicho es un error! No hay movimiento ninguno -continuó como si se respondiera
a sí mismo-. ¡El hombre es sólo mente!
Cogió
la botella de salsa y la puso en alto. Luego la dejó.
‑Como
puedes ver ‑dijo suavemente‑, podríamos muy fácilmente reemplazar mente por
salsa de chile y acabar diciendo: ‑“¡El hombre es sólo salsa de chile!” El
hacer eso no nos volvería más dementes de lo que ya estamos.
‑Mucho
me temo no haber hecho la pregunta correcta ‑dije‑. Quizá podríamos llegar a
una mejor comprensión si preguntara qué puede uno hallar, específicamente, en
el área más allá de la isla.
‑No
hay manera de responder eso. Si yo te dijera: nada, sólo haría al nagual parte
del tonal. Todo cuanto puedo decir es que allí, más allá de la isla, uno
encuentra al nagual.
‑Pero,
cuando usted, lo llama nagual, ¿no lo coloca también en la isla?
‑No.
Lo llamé nagual solamente para que te dieras cuenta de él.
‑¡Muy
bien! Pero al darme cuenta de él también he dado el primer paso para
convertirlo en un nuevo objeto de mi tonal.
‑Creo
que no me comprendes. Yo he nombrado al tonal y al nagual como un par
verdadero. Eso es todo lo que he hecho.
Me
recordó que en una ocasión, al tratar de explicarle mi insistencia en el
significado, discutí la idea de que acaso los niños no fueran capaces de
concebir la diferencia entre "padre" y "madre" hasta que no
se desarrollaran lo suficiente en el manejo del significado, y que tal vez
creerían que la diferencia estaba radicada en que "padre" usa
pantalones y "madre" usa faldas, o en otras diferencias relativas al
corte de pelo, o al tamaño del cuerpo, o a la ropa.
‑Por
cierto que hacemos lo mismo con las dos partes de nosotros ‑dijo‑. Sentimos que
en nosotros hay otro lado. Pero cuando tratamos de precisar cuál es ese otro
lado, el tonal se apodera de la batuta y, como director, es un fracaso. Es tan
mezquino y celoso que nos deslumbra con su astucia y nos fuerza a destruir el
menor indicio de la otra parte del par verdadero: el nagual.